“Las experiencias adversas en la
infancia son la mayor y principal amenaza no resuelta de salud pública a la
cual se enfrenta hoy día nuestra nación”, esto expresó el Dr. Robert Block
quien fuera presidente de la Academia de Pediatría en Estados Unidos.
Y cuando leemos o escuchamos
experiencias adversas pensamos en niños y niñas brutalmente abusados,
golpeados, lamentablemente no consideramos las malas prácticas de crianza, la
negligencia y el abandono dentro del maltrato infantil. Hay formas tan sutiles de
maltratar a las y los menores como la muy recomendada “silla de pensar”.
En pocas palabras, “la silla de
pensar” es un castigo conductista, lo quieren disfrazar de cognitivo
conductual, por aquello de como pensamos, sentimos y luego actuamos, para las y
los niños, es una situación unilateral después de una conducta inapropiada,
mamá o papá están tan enfadados que me envían a sentarme a una silla a
reflexionar sobre lo que hice. Hay revistas, programas de televisión, blogs y
libros que hasta sugieren el tiempo en el que un niño o niña “debe” permanecer
en ella. En realidad, la “silla de pensar” solo le cambio el nombre a la vieja
confiable (como aparece en los memes de Bob Esponja) del “tiempo fuera” o en
palabras de mi abuelito sáquese de aquí…
Pero, ¿funciona? ¿Un niño o niña de prescolar tendrá una
adecuada capacidad para reflexionar cuál fue la conducta inadecuada que tuvo?,
¿qué motivo esa conducta?, ¿cómo se sintieron las demás personas? y además
¿cuáles fueron las consecuencias materiales (si es que las hubo) de su
conducta?, ¿cómo puede reparar el daño? ¿qué debe hacer para anticipar la
conducta? ¿qué debe hacer para autorregularse? ¡Wow! demasiadas preguntas para
nosotros, imagina a tu pequeñín pensando en todo esto en la silla que está por
allá lejos de toda su familia, en el mejor de los casos una vez transcurrido el
tiempo, pregúntale qué ha estado pensando mientras estuvo sentado en la silla
de “pensar” y probablemente te responderá “nada” solo espere que me dejarás
pararme, si ya lo tienes muy condicionado te dirá lo siento, lo siento y continuará
con su vida.
Momento de confesión, yo usé el
tiempo fuera con mi hija y con mi sobrina; anteriormente en la licenciatura de
psicología era uno de los métodos de crianza que estaban en boga, no propiné
golpes a mis niñas, pero ahora lo veo, no me detuve a observarlas y no me
detuve a mirarme a mí, a contactar con mis emociones. Me enseñaron que…
castigar en pequeñas dosis, de forma sutil, es educar mejor, ahora sé que no se
debe hacer, lo único que hacía era condicionarlas a que se comportarán bien por
miedo y por sumisión, porque había una amenaza “o te portas bien o te vas a la
silla de pensar”, es decir, estuve ejerciendo una acción punitiva sobre ellas.
Después de esta anécdota de como la
psicología y las psicólogas nos equivocamos, quiero mencionarte que una niña o
un niño castigado, está desbordado emocionalmente, sintiendo ira o frustración,
sin el acompañamiento y la guía que tú le brindes, no logrará contenerse,
calmarse y reflexionar sobre lo ocurrido, es necesario que intenten juntos encontrar
una mejor manera de hacer las cosas.
En esta búsqueda, puedes ayudarle a
controlar su respiración, a usar un frasco de la calma (después hablaremos de
ellos, continúa leyéndonos), a golpear si así lo desea un cojín o quizá a
abrazar su peluche preferido. No se trata solo de decirle lo que no es
correcto, sino de mostrarle caminos alternativos a la conducta inapropiada. Si
tu como yo, medio le haces al teatro y a la imitación de voces, puedes teatralizar
la situación con las nuevas estrategias para que “ensaye” como resolvería los
conflictos en futuras ocasiones, o darle al botón imaginario de regresar la
película como lo hacen en las caricaturas para que pueda pensar y actuar de
forma diferente.
Estamos juntas, juntos en este
viaje, de educar con dignidad, de brindarles a nuestros hijos e hijas la
oportunidad de contar con cimientos sólidos, que nunca experimenten la
sensación o la necesidad de agradar y por lo tanto que sientan que “deben ser”
como títeres de mamá y papá, manejados por la aprobación o desaprobación de sus
familiares, docentes y amistades.
Un niño o niña que crece y se
desarrolla en estas condiciones, en la
vida adulta llega a psicoterapia porque el vínculo con su madre o padre está
lleno de resentimientos, presenta conductas evitativas y/o violentas, tiene una
autoestima frágil y sufre de colitis nerviosa, afecciones cardiacas por las
grandes cantidades de cortisol que desde edades tempranas han segregado.
Gracias a las neurociencias y a los
investigadores en psicología infantil que nos dotan de herramientas para romper
las cadenas del maltrato, para salir de ese círculo vicioso transmitido generacionalmente,
donde hemos creído que para educar es necesario violentar, amenazar, condicionar
hasta el amor, ten presente que el castigo, en cualquiera de sus variantes,
atenta contra la dignidad de quien lo recibe, intoxica el vínculo, produce
resentimiento, genera indefensión, ansiedad y miedo.
Así que como dicen mis amigas que
luchan por evitar las injusticias sociales, seguiremos cambiando prácticas
obsoletas de crianza, hasta que la dignidad se haga costumbre.
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