La educación esta anclada en los viejos esquemas donde el
docente es el portavoz del conocimiento, la figura de autoridad que impone qué
se ha de hacer y los que no se debe hacer en el salón de clases. Repetir la
lección, leer de tal página a tal página, copiar hacer la numeración, no
hables, no te rías, ¡te quedas sin recreo! ¿De qué sirve tener un cuaderno
repleto de notas insulsas, si lo que realmente debe aprender el alumno no
rebasa sus 200 páginas? ¡De nada! Se está perdiendo el sentido de la educación,
el maestro ha dejado de ser el motivo y la fuente de inspiración, por lo tanto,
es posible que el alumno supere al maestro.
La dicha, el goce, el placer por aprender y el amor al
conocimiento deben estar presentes en los salones de clases. El alumno debe
desarrollarse en todos los sentidos: ser observador, analítico, crítico y
reflexivo con la intención de reformular su actuar de acuerdo con las
circunstancias en las que se encuentre.
Pocos se cultivan en las letras, en las artes, en las
ciencias, en la música y son menos los que asisten a las librerías y
bibliotecas, y que decir de aquellos que no se empolvan en las librerías de
ocasión. El interés personal y la convicción de aprender algo nuevo es lo que
los mueve. Otros son aquellos que por herencia o tradición familiar cultivan el
conocimiento, poseen grandes bibliotecas. Ellos son dueños de un conocimiento
prohibido, porque casi nadie tiene acceso a el fuera de los círculos familiares.
Ante esta situación, no es tan descabellado llamarlo un conocimiento
clandestino.
El modelo clandestino de educación ha sido el germen de
muchos intelectuales, ha funcionado sin el bombo y platillo de las tan mentadas
reformas. Intelectuales en toda la extensión de la palabra aquellos que son
capaces de darse a entender tanto a estudiantes como a especialistas; hablan de
literatura, de filosofía, de religión, de política, de historia, de matemáticas,
hasta de chismes y telenovelas con tal solvencia que es un placer escucharlos.
Eso sí, sin el apasionamiento dogmático que se ha llegado a presentar y generar
muchas discordias.
Para que la diversión se pueda lograr en los salones de
clase, el maestro debe ser el portavoz de esta diversión.
Que no sólo enseñe a leer y escribir, que enseñe que las
matemáticas forman parte de la vida cotidiana con la intención de que no
crezcan con la apatía hacia ellas, y que la física y la química se viven a cada
momento, que el conocimiento como tal es una manifestación de la creatividad
del hombre.
Que se haga acompañar de los grandes escritores, de los
historiadores, científicos, inventores, filósofos, médicos, en fin, de todos
aquellos genios que han contribuido al desarrollo de la humanidad. ¡Dime
quiénes son los aliados de tu enseñanza y te diré qué tipo de maestro eres! Ya
lo decía León Tolstoi en Anna Karenina “La razón no me ha enseñado nada. Todo
lo que yo sé me ha sido dado por el corazón”. Y si se comparte el conocimiento
de corazón, si es conocimiento.
Para implantar un modelo educativo es necesario que los
involucrados, tanto autoridades como maestros reúnan las características antes
mencionadas. Deben ser capaces de forjar los cimientos de un modelo educativo
oficial para educar con amor y responsabilidad, y así formar a los ciudadanos
del futuro que la sociedad necesita.
El maestro debe cumplir con la función de educar, no solo
con la perspectiva de educar para la vida, sino para desarrollar las facultades
intelectuales y morales de los estudiantes. Educar para adquirir conocimientos,
fomentar valores, conservar las costumbres y moldear las formas de actuar en
una sociedad en constante cambio.
Por tanto, ¿cuál es el verdadero sentido de educar para
la vida? ¿Será aquel con el que se formaron las personas en los oficios? ¿Quién
se atreve a decir hoy: ¡voy a ser panadero, carpintero, albañil, mecánico,
herrero, chofer, costurera, cocinera! ¡Qué indispensables son todos estos
personajes para la vida de los hombres en todo el mundo! Hay que dejar de
educar desde un sentido utilitario, que ya no se piense “estudio, trabajo,
compro casa, compro carro, me caso, tengo hijos y soy feliz”. Eso no es educar
para la vida.
Luis Manuel Vázquez Morales
Fb: Luis Manuel Vázquez Morales
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